Sídney retrocedió unos pasos al ver a su exesposo.
Un escalofrío recorrió su espalda desde la nuca hasta la punta de los pies.
Su corazón se aceleró de golpe, y por un instante sintió que el aire se le escapaba de los pulmones.
No podía… no debía acercarse, no ahora.
Tomar a su hijo sería demasiado arriesgado; era imposible pensar en hacerlo sin que él lo notara.
Ese niño… ese pequeño Liam era la viva imagen de Travis, con los mismos ojos, la misma forma de sonreír.
Solo una mirada y cualquiera se daría cuenta de la verdad.
Sídney sintió cómo la presión en su pecho aumentaba, cómo la garganta se le cerraba y cómo la ansiedad la paralizaba.
Intentó retroceder, pero justo en ese instante las enfermeras, alertadas por la tensión del lugar, se acercaron rápidamente.
Tomaron al niño en brazos con delicadeza, protegiéndolo de cualquier peligro.
—Lo siento, señor, —dijo una de ellas, con voz firme pero amable—. Vamos, pequeño Liam, no puedes estar aquí más tiempo. Te llevaremos con tu madre.