Marina se acomodó en el sillón que Gael había preparado para ella, adoptando con precisión la posición que él le había recomendado con tanto cuidado.
La luz de la tarde se filtraba por las amplias ventanas del estudio. Cada movimiento de su cuerpo era calculado, cada respiración controlada, mientras se mantenía inmóvil como una estatua.
La tensión en el ambiente era palpable, cargada de emociones no expresadas y deseos silenciados.
Sus dedos se entrelazaban sobre su regazo temblorosos, aunque ella hacía todo lo posible por disimularlo, mordiendo suavemente el interior de su mejilla para mantener la compostura que la situación exigía.
Los ojos penetrantes de Gael se movían alternando su mirada entre Marina y su libreta de dibujo en un vaivén hipnótico y constante.
Sus pupilas dilatadas captaban cada detalle, cada matiz de luz sobre la piel tersa de ella.
El lápiz en su mano derecha se deslizaba con habilidad sobre el papel, produciendo un suave susurro que acompañaba el ritmo