Su verdadera salvadora.

Marina se encontraba en ese momento en la habitación cuidando de los niños.

Sus ojos, atentos a cada movimiento de los pequeños, reflejaban un brillo de melancolía.

Cuando Stella no estaba en la habitación, ella cuidaba de los pequeños con una ternura desbordante, como nunca pudo cuidar de su hija durante aquellos años de dolorosa ausencia.

Sus dedos acariciaban las mejillas sonrosadas de los gemelos mientras tarareaba suavemente canciones de cuna que había guardado en su memoria para una hija que no pudo arrullar.

La luz tenue de la tarde se filtraba por las cortinas mientras la tormenta de recuerdos azotaba su interior, recordándole todos los momentos perdidos, las primeras palabras nunca escuchadas, los primeros pasos nunca presenciados y las innumerables noches en que había llorado por no poder estar junto a la pequeña.

Al momento que Stella entró y la miró de esa forma tan penetrante e inquisitiva, Marina sintió que su hija estaba enojada, percibiendo el cambio inmediato
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