Un delito.
Se quedó ahí, arrodillado en el suelo frío y duro, con los hombros caídos y el rostro descompuesto por la angustia, después de que ella le gritase con toda la furia que jamás, lo perdonaría por todo el sufrimiento causado, y entrara a la habitación de los niños, cerrando la puerta con un golpe seco que resonó como una sentencia final en toda la mansión.
El Sebastián, poderoso e intimidante, había perdido completamente toda su dignidad, orgullo que durante años había sido su escudo contra el mundo, y aquella arrogancia que intimidaba a cualquiera que osara desafiarlo, en los negocios o en su vida personal.
Ahora se encontraba reducido a un hombre vulnerable y desesperado, pero aun así, a pesar de su rendición total, de haber bajado todas sus defensas, ella no le aceptó el perdón que le había ofrecido entre lágrimas.
Stella había construido un muro alrededor de su corazón, forjado con cada decepción, con cada insulto, cada desplante que había sufrido durante su matrimonio, y ahora e