Alianza.
Después de que el abogado se fue, Stella se quedó en el silencioso despacho, con los pensamientos dispersos como hojas al viento otoñal y los ojos fijos en la carpeta que había quedado sobre el escritorio de caoba pulida.
La estancia, antes llena de la voz grave del representante legal, ahora parecía más grande, más vacía, más opresiva.
Los rayos del sol de la tarde se filtraban perezosamente a través de las cortinas de seda, proyectando sombras alargadas sobre la antigua alfombra persa que cubría parte del suelo.
Sus dedos ligeramente temblorosos por la tensión acumulada durante la reunión, recorrían los bordes del documento mientras intentaba poner en orden sus pensamientos caóticos.
Las palabras impresas en aquellas páginas podrían cambiar el rumbo de su vida y la de sus hijos de manera irreversible, como un barco que cambia su dirección en medio de una tormenta.
El reloj de pared herencia de generaciones anteriores de Arteaga, marcaba el paso del tiempo con un tic-tac im