Al día siguiente, tras una noche de insomnio plagada de pensamientos turbulentos y decisiones difíciles que tomar, Stella decidió dirigirse hacia el despacho del abogado.Una vez que la secretaria, una mujer de aspecto impecable y expresión distante, la anunció mediante una breve llamada telefónica al despacho, Stella se acomodó en el asiento frentero.—Y dígame señora Arteaga, ¿qué decisión tomó? —preguntó el abogado. —Que quede claro que no estoy aceptando por sus estúpidas amenazas, porque si me lo propongo, a prisión no voy, ya que su cliente nunca permitió que se me declarada oficialmente muerta. Eso, lo sabe perfectamente —respondió Stella con una voz firme que no dejaba entrever cualquier atisbo de temor, mientras observaba cómo el abogado fruncía los labios.—Solo estaba desaparecida, y no hay ningún delito en quererme alejar de un narcisista como Sebastián. Pero no he venido aquí a quejarme, el caso aquí es, que estoy de acuerdo con todas esas condiciones absurdas que pr
De reojo vio como Sebastián se levantaba de su asiento en la esquina opuesta del restaurante, con esa característica determinación que siempre había mostrado.Sintió cómo el estómago se le contraía mientras un escalofrío recorría su espalda, anunciando le que ahí, podía correr sangre. Por ello, decidió levantarse con un movimiento fluido y elegante, disculpándose brevemente con una sonrisa tensa, para luego dirigirse a su encuentro, como quien se aproxima a un animal salvaje e impredecible. Debía evitar a toda costa que ese hombre, con su imponente presencia y esa mirada penetrante que parecía leerle el pensamiento desde la distancia, arruinara los planes que había trazado.—¿Qué haces aquí? precisamente en este lugar. Este no es un lugar común ni apropiado para que el gran empresario Sebastián… ¿Cómo es que se apellida tu padre? —le sonrió con una mezcla de ironía y desafío que intentaba ocultar su nerviosismo— ¿Me estás siguiendo, acaso? ¿Has decidido convertirte en mi sombra
Marina caminaba lentamente por el sendero pedregoso en dirección a la imponente casa de los Arteaga, con los pensamientos perturbados, el corazón destrozado y el alma fragmentada en mil pedazos. Las palabras hirientes y acusadoras de Sebastián habían calado en su alma herida, como dagas afiladas que penetraban sin piedad en las cicatrices que ya cargaba desde hace tantos años. El viento otoñal mecía suavemente su cabello desaliñado mientras cada paso que daba parecía más pesado que el anterior, como si cargara sobre sus hombros el peso insoportable de todos sus errores pasados, de todas las decisiones equivocadas que había tomado en momentos de desesperación, amor ciego y juventud imprudente. Las nubes grises se acumulaban sobre su cabeza, como presagio de la tormenta que se desataba en su interior, reflejando perfectamente el caos de sentimientos que la atormentaban sin cesar.Era cierto, pensaba Marina mientras apretaba los puños hasta que sus nudillos se tornaron blancos.
Sebastián Arteaga ingresó a la habitación de Marina de Arteaga, su esposa, mientras la luz del atardecer se filtraba por las cortinas de seda blanca.Llevaban dos años casados, pero nunca había estado a solas con ella en la habitación, menos con ella envuelta en una toalla que dejaba ver sus hombros delicados.Un exquisito y misterioso aroma a jazmín y vainilla se apoderó de las fosas nasales de Sebastián, una fragancia que hizo sentir un inexplicable calor recorrer su cuerpo.Marina, con una dulce sonrisa en sus labios rosados, le invitó a pasar, pero él, firme en su posición junto al marco de la puerta de roble tallado, negó mientras extendía la carpeta de cuero marrón que sostenía.—El abuelo ha muerto, por lo tanto, ya no podemos seguir casados —ante esas palabras crueles y cortantes, el corazón de Marina se apretó como si una mano invisible lo estrujara— Quiero que firmes el divorcio, que tomes tu parte de la herencia y desaparezcas de mi vida para siempre —cada palabra pronuncia
Hace años atrás, Sebastián bebió del líquido ambarino que su amigo Adolfo le había entregado con insistencia. Se encontraban en un establecimiento nocturno bastante concurrido, donde artistas presentaban espectáculos de variedad mientras los clientes disfrutaban de sus bebidas en la penumbra del local.Sebastián, un joven de principios firmes y mentalidad tradicional, nunca había sido partidario de frecuentar estos lugares de entretenimiento nocturno, pero ese día particular celebraba sus veinticuatro años y su mejor amigo desde la infancia había sido persistente en llevarlo allí para festejar.De manera repentina e inexplicable, una sensación abrasadora comenzó a recorrer cada centímetro de su cuerpo, como si un fuego interno lo consumiera desde sus entrañas. La temperatura de su piel aumentaba con cada segundo que transcurría, provocándole un malestar indescriptible.Siendo un hombre perspicaz y de razonamiento agudo, Sebastián comprendió inmediatamente que algo no andaba bien. Su c
Mariana sintió que su mentira se caería, que quedaría al descubierto, sin embargo, desconocía que la mujer de la silla de ruedas había perdido la memoria. —¿Quién es esta mujer, abuelo? —Ella es Stella, tu futura esposa —explicó el abuelo, dejando a Sebastián y Mariana en trance. Esta última se sintió mareada, tuvo que sostenerse de Sebastián para no caerse. —Abuelo, eso no puede ser. Yo… voy a casarme con Mariana. Es ella la mujer que tomaré por esposa. —¿De donde sacaste a esta mujer? —Octavio Arteaga sabía todos los pasos que daba su nieto, y hasta donde sabía, él no tenía novia, por lo tanto, había planificado su boda con alguien que le diera la seguridad y el poder que Sebastián necesitaba cuando él ya no estuviera. —Ella es mi novia, abuelo. —¿Tú novia? —miró con ojos escrutadores a Mariana, seguido solicitó a Sebastián lo acompañe al despacho. Ya dentro de este, cuestionó— ¿Desde cuándo tienes novia? —Sebastián se quedó en silencio, no podía mentirle a su abuelo, este lo c
A Marina se le encogió el corazón mientras escuchaba las palabras de Sebastián, sintiendo cómo cada sílaba se clavaba como agujas en su alma herida.Quería echarse a llorar en ese lugar, frente a esa mujer despiadada que, con descaro evidente sonreía cuando él no la miraba, y reflejaba maldad pura y calculada en sus ojos oscuros que brillaban con satisfacción ante el sufrimiento de ella.La sala, con sus paredes antiguas y pesados cortinajes de terciopelo, parecía encogerse a su alrededor, amplificando la sensación de asfixia que oprimía su pecho.«Sebastián, ¿por qué eres tan cruel e insensible conmigo? ¿Por qué no pudiste amarme en todo este tiempo que compartimos juntos? ¿Qué te hice para merecer este trato tan despiadado?»Musitaba angustiada en su mente, mientras una rebelde y traicionera lágrima rodaba lentamente por su mejilla sonrojada, y la limpiaba apresuradamente con el dorso de su mano temblorosa, esquivando la mirada penetrante de él, para que no notase cuánto la lastimab
El abogado terminó la lectura del testamento, cerrando el maletín de cuero con un sonido seco que resonó en la amplia sala familiar. Sus dedos arrugados aseguraron los broches dorados con movimientos precisos y calculados. Con una sonrisa enigmática que apenas curvaba sus delgados labios, se incorporó lentamente. Sus zapatos brillantes rechinaron ligeramente contra el piso de mármol mientras se alejaba, no sin antes detenerse junto a Sebastián, quien permanecía sumido en un silencio impenetrable. —No defraudes a tu abuelo —le susurró con voz firme, inclinándose levemente—. Siempre confió en ti como su único digno sucesor. La petición quedó flotando en el aire como una nube de tormenta. La mirada penetrante e intensa de Sebastián seguía fijamente en Marina, como un depredador que estudia a su presa, mientras ella, con incomodidad en cada centímetro de su lenguaje corporal, se movía inquieta en su asiento. Sus ojos rehuían cualquier contacto visual con él, como si temiera que una s