Nadie saldría ileso.
Isabella sostuvo la mirada de Sebastián con una quietud que incomodaba, como si hubiera calculado de antemano cada reacción, cada respiración contenida.
Un silencio denso se extendió por la sala como una niebla que ahoga cualquier intento de reacción. Incluso el ventilador del proyector, que zumbaba con monotonía, pareció ralentizar su ritmo, como si también necesitara escuchar lo que acababa de ocurrir.
Leonardo, con su habitual mirada aguda, levantó una ceja, más por intriga que por desaprobación, mientras su pluma quedaba suspendida sobre un informe a medio leer.
Giacomo, por su parte, ladeó la cabeza con interés y dejó escapar una sonrisa torcida, de esas que usaba cuando el caos ajeno se volvía su entretenimiento privado.
Frente a ellos, Alessia aparentó no haberse inmutado, aunque sus dedos, antes relajados sobre el bloc de notas, tensaron con fuerza la lapicera, dejando una leve marca en el papel, como si intentara drenar la incomodidad a través de la tinta.
—Por supues