Olviden que uso el apellido de mi esposo.
La mirada de Isabella se sostuvo unos segundos más en los ojos de Gabriel. En su interior, un breve estremecimiento le recorrió el cuerpo, no por timidez ni por inseguridad, sino por la certeza abrumadora de que estaba inmersa en un juego mucho más intrincado que una simple reunión empresarial.
Gabriel, por su parte, percibió el doble filo escondido tras la seguridad de sus palabras. Tuvo que hacer un esfuerzo consciente para que una sonrisa más amplia no delatara su creciente admiración.
La firmeza de Isabella no solo le parecía admirable, sino que comenzaba a resultarle inquietantemente atractiva, como si aquella mujer representara un desafío que aún no lograba descifrar del todo. Aquel tipo de desafío que hacía tiempo no encontraba en su mundo de alianzas predecibles.
Gabriel no la invitó a salir del edificio como solía hacer tras una reunión exitosa. En lugar de eso, caminó a su lado por el pasillo de vidrio que conectaba el ala ejecutiva con su despacho privado.
Nadie los interru