No tardaste en olvidarme.
Cada minuto que Isabella pasaba sentada en aquel lobby se sentía como una eternidad.
La gente se movía a su alrededor, el reloj avanzaba implacable, pero dentro de ella todo estaba quieto, tenso, como si sostuviera un hilo invisible a punto de romperse.
Su respiración era superficial, el corazón palpitaba con fuerza, mientras sus pensamientos se oscurecían poco a poco, imaginando qué estarían hablando, qué palabras podría estar usando Miranda, qué era lo que tramaba o lo que quería de Gabriel.
La duda era un veneno que corría por sus venas, quemándole por dentro.
Intentó calmarse con una respiración profunda, pero la ansiedad era como una ola furiosa que la arrastraba, cada vez más fuerte, golpeándola sin piedad.
Justo cuando la inquietud amenazaba con desbordarla, el timbre de su teléfono sonó de manera brusca, sacándola de golpe de aquel espiral de celos y miedo.
Su corazón dio un salto tan fuerte que casi dejó caer el aparato.
Miró la pantalla y vio el nombre de Cloe. Sus dedos tem