No eres ella.
Alessia apretó la mandíbula, sintiendo cómo la tensión le subía por el cuello y se instalaba en la base del cráneo, mientras luchaba por disimular la mueca que amenazaba con delatarla.
En su mente, una corriente de pensamientos se mezclaba, el orgullo herido, la certeza de que estaba a punto de ocupar un lugar que nadie le había pedido, y la amarga ironía de ofrecerse como yeso para un hueso que jamás reclamó su forma.
Se obligó a recomponerse y, con la precisión calculada de quien sabe modular cada palabra para que acaricie y a la vez corte, decidió convertirse una vez más en esa mujer dispuesta a ocupar el vacío que la otra dejó, aunque ese papel le consumiera algo que no estaba segura de querer entregar.
—¿Y si ya la perdiste? —susurró con un filo suave, cargando cada sílaba de una falsa ternura que escondía una intención calculada—. ¿Y si te sueltas de esa cuerda que te ahorca y miras lo que sí está aquí contigo? Ella nunca supo entenderte.
Se sentó a su lado con una proximidad ta