Esposa desaparecida.
La madrugada se había disuelto sin ruidos sobre la bahía privada, y el sol apenas asomaba una línea dorada cuando Isabella abrió los ojos en la cama enorme de la villa del sur.
El techo alto, cubierto por vigas de roble viejo, la recibió con la misma sensación de refugio que se había vuelto costumbre en las últimas noches. Allí, nada chirriaba ni interfería. Ningún vecino podía curiosear detrás de cortinas mal cerradas, ningún fotógrafo tenía acceso visual, y ni siquiera los drones corporativos lograban violar el perímetro protegido por el blindaje digital que ella misma mandó instalar.
Esa casa, escondida en lo alto de la colina silenciosa detrás de Saint-Cloud y custodiada por un portón de hierro forjado cubierto de glicinas en flor, era su joya secreta.
La había adquirido dos años antes, justo en medio de la expansión de Deveraux Corps, utilizando una sociedad anónima cuidadosamente estructurada para mantenerse fuera de radar. Ni siquiera Sebastián, con todas sus auditorías prenupc