La puerta se abrió lentamente y apareció Mara. Su rostro fingió sorpresa, los ojos bien abiertos y un gesto de incredulidad en los labios; pero por dentro, cada fibra de su cuerpo sonreía satisfecha. Kenji había hecho exactamente lo que ella esperaba: venir a ella, por voluntad propia.
—Kenji… —Murmuró, la voz entrecortada. —No esperaba verte aquí. —Él la estudió en silencio, con la misma mirada de lobo que tenía cuando ambos eran adolescentes. Por un instante vio a Julieta en su mente, su vientre, su sonrisa, la promesa de una vida diferente. Dudó. Aquella duda era un nudo en su estómago, un sabor metálico en la boca. Mara inclinó la cabeza, bajando la mirada con un rubor calculado. —¿Vas a quedarte ahí de pie o vas a pasar? —Kenji respiró hondo. Recordó los ojos de Julieta y su preocupación por él, pero también recordó a la chica de quince años que conoció en un comedor gris de la Agencia, la única que lo entendía, la sombra que lo seguía a todas partes. Se dejó llevar por esa mez