Había pasado una semana desde el parto de Lianett y ya cada uno había recuperado su vida. Ahora Julieta estaba viviendo si matrimonio y Lianett hacia lo propio en su mansión.
Julieta sentía que, pese al cansancio, la vida estaba finalmente entrando en calma, pero algo en Kenji no era igual.
Él seguía allí, pendiente de ella, pero había una sombra distinta en su mirada. No era distancia abierta, sino una especie de distracción, de mirada perdida en otro horizonte. Cada vez que Julieta intentaba abordarlo, él le sonreía con su calma habitual y contestaba:
—Estoy bien, de verdad. No te preocupes. —Julieta reconocía en esas palabras las mismas que ella había usado cuando volvió de la Agencia y ese eco le helaba la sangre.
—¿Acaso tuviste que dar algo a cambio para que nos dejaran en paz? —Ella lo miró a los ojos, intentando que él le sostuviera la mirada.
—No insistas, bruja, te he dicho que todo está bien. —Julieta por primera vez tuvo miedo y pensó en la posibilidad de que Mara en