Kenji se quedó inmóvil, las palabras de Mara martillándole en la cabeza. El ruido del parque de diversiones se volvió un zumbido lejano, como si el mundo se hubiese apartado unos metros para dejarlo solo con aquella frase.
—Tenemos un hijo… —Repitió en un susurro, como si necesitara escucharse para creerlo.
Mara no apartó la mirada. Su gesto no era de triunfo ni de reproche abierto, sino de una calma peligrosa, como el silencio antes de la tormenta. Los niños seguían en la atracción de al lado, riendo y girando en círculos, ajenos al terremoto emocional que estaba desatándose a pocos metros.
Kenji respiró hondo, tragando saliva.
—¿Cómo… cómo se llama? —Mara bajó los ojos un instante, como si acariciara un recuerdo invisible.
—Se llama Kai, tiene quince años. —Kenji sintió un pinchazo en el estómago.
—Quince… —Repitió, haciendo cuentas mentales, el corazón acelerado. —Yo… yo no estuve ahí.
—No. —Dijo Mara con calma, aunque en sus ojos ardía algo contenido. —No estabas. Lo cri