El reloj en la sala de espera marcaba los segundos como un martillo golpeando la mente de Kenji. Cada tic-tac era una amenaza, un recordatorio cruel de que Julieta estaba al otro lado de esas puertas, luchando no solo por el bebé, sino por su propia vida.
Kenji caminaba de un extremo a otro, con los puños cerrados y los ojos oscuros desbordando una furia impotente. Nunca se había sentido así. Había peleado contra hombres armados, había sobrevivido misiones imposibles, había enfrentado la muerte de frente, pero nada lo preparó para esto, esperar sin poder disparar, sin poder proteger, sin poder hacer nada más que confiar en extraños vestidos de blanco.
Ella estaba bien y de la nada todo se complicó y Barak se vio obligado a darle un puñetazo para sacarlo.
Barak estaba sentado, la cabeza entre las manos. Lianett cuidaba a los niños en otra habitación, lejos del caos, pero él había decidido quedarse junto a su cuñado, aunque supiera que el silencio era lo único que podían compartir en