El susto todavía estaba instalado en el cuerpo de Julieta. La madrugada solo se veía como un mal presagio. No había viento, pero el crujido del techo todavía resonaba en la memoria de Julieta, como si se repitiera una y otra vez.
Sentada en el sofá, abrazaba una manta sin darse cuenta de que sus uñas la rasgaban, mientras sus pensamientos se arremolinaban con una fuerza que amenazaba con romperla.
Kenji aún estaba de pie, con la pistola en la mano, los músculos tensos como si esperara el ataque de un enemigo invisible. Barak había bajado en silencio, con otra arma lista, y se movía por la casa con pasos firmes. El contraste entre la calma forzada de Barak y la rigidez de Kenji no pasó desapercibido para Julieta.
―No hay nada. ―Murmuró Barak tras revisar cada rincón en compañía de sus hombres. ―Si hubiera alguien en el techo, ya lo habríamos visto.
―Se están burlando de nosotros. ―Gruñó Kenji, apretando los dientes. ―Saben cómo hacernos perder el control. —Julieta lo miró, y en es