La mansión que siempre había sido un refugio, se sentía diferente. Las paredes parecían más frías, los pasillos más largos, y hasta el aire parecía cargado de un peso invisible. Julieta lo notó desde el primer instante en que entró, con el aroma familiar del aromatizante y las flores de Lianett esperándola, pero algo dentro de ella no pudo sentirse en paz.
Quizás era el silencio de Kenji, que no había vuelto a sonreír desde el avión o quizá era la forma en que Barak cerró todas las ventanas con manos rápidas, casi nerviosas.
―Aquí estarán seguros. ―Dijo él, mientras colocaba un cerrojo extra en la puerta trasera.
Julieta tragó saliva, “seguro” Esa palabra había perdido el brillo para ella.
Esa noche, Lianett preparó la cena con calma, intentando disimular la tensión. Lesath, Yusaf y Artem correteaban alrededor de la mesa, ajenos a la gravedad de lo que se respiraba entre los adultos. Julieta los observaba, con una mano sobre su vientre, pensando que dentro de poco su hijo estaría