La voz más irritante que ha escuchado en el planeta resonó con fuerza en su cabeza. El pelo negro, liso y largo bailando al ritmo del viento que ni siquiera estaba soplando ahí dentro, sus enormes ojos azules tintineando por el brillo que amenazó con dejarla ciega, sus labios carnosos y perfectos bajó una capa de lápiz labial rojo y ese rostro sin ni un tipo de imperfección se iluminó como una bombilla led.

Lianett intentó respirar, pero aquel cuerpo de curvas llamativas y voluminoso la dejó rígida y más aún el hecho de que se tirara a los poderosos brazos de su esposo, ese que creyó ødiar con todo su ser hacía apenas unas semanas.

―Serena. ―La voz le salió más fuerte de lo que pensó. ―¿Puedes quitar tus asquerosas manos de mi marido?

―Muñequita. ―Barak quien se la había quitado antes de que Lianett pidiera algo, la miró. ―Vamos a mi oficina, ¿Quieres? ―Lianett estaba que no podía ni respirar por la rabia. ―Serena, síguenos. ―Ordenó a la mujer.

De todas las mujeres del pasado,