EYDAN GARDNER
El aire olía a plástico quemado.
A derrota.
A MlERDA
El humo salía de la carcasa de la laptop como si hubiera intentado contener una bomba nuclear. Golpeé el escritorio con furia, haciendo volar el café que me había traído uno de los técnicos. Los tres idiotas que contraté estaban con la cabeza gacha, intentando respirar entre el desastre. Uno de ellos tenía las puntas de los dedos vendadas por tratar de salvar su placa madre.
—¿Qué demonios pasó? —rugí.
Nadie contestó.
—¡Hablen, carajo! Se supone que eran los mejores en esto.
Uno de ellos, un pelado con más tatuajes que dientes, alzó la vista. Tenía los ojos vidriosos.
—No lo sabíamos, señor… no sabíamos que… que ellos custodiaban esa red.
—¿Ellos? ¿Quiénes son “ellos”? —pregunté con los dientes apretados.
El tipo tragó saliva.
—ShadowFox… y Rosa Negra.
Sentí que el nombre me sacudía el pecho como un trueno.
—¿Estás diciendo que los que destruyeron mi plan fueron dos hackeritos legendarios de la deep web?
—Señor —interr