Para Amaya, los días que siguieron, a pesar de que la melancolía y la duda a veces la invadían, estuvieron llenos de paz, esa que da el aceptarse uno mismo y sus sentimientos.
El mar tormentoso que fueron sus emociones y que la llevaron a luchar consigo misma, ahora estaba en calma. Pero el futuro, lejos de ser un escenario brillante y esperanzador, aún mostraba la amenaza de la guerra, la lucha de las especies por la supremacía.
Girada de costado en la cama de Ryu, se apoyaba en uno de sus codos mientras conversaban:
—Entonces, ¿Dorian dice que hay supravampiros en la Sierra?
—Sí, eso parece. Después de la muerte de Octavio, le di el control de su clan. —Amaya se removió incómoda cuando escuchó el nombre—. Le correspondía a Lía, pero ella no quiso hacerse cargo. Dorian se los llevó a la Sierra para calmarlos. —Ryu hizo una pausa, no quiso contarle a la mujer a su lado que la verdadera causa por la que tuvo que prácticamente exiliar al clan fue su negativa a matarla—. Hace dos día