Después de dormir casi todo el día, Amaya salió al jardín interior. Los últimos rayos del sol se colaban a través del techo de cristal del invernadero. Aspiró el dulce olor de las rosas. Varias mariposas azuladas revoloteaban a su alrededor junto con algunas libélulas cuyas alas transparentes parecían burbujas de jabón.
Los colores a su alrededor la parecieron más vivos, el escarlata de las rosas más brillante, el rocío que se escondía entre sus pétalos, seguro era más dulce y el blanco de los jazmines más inmaculado. Sonrió feliz por primera vez en su vida. La ex cazadora se sentía plena.
Una de las criadas se le acercó, traía una bandeja con jugo de fresas y pasteles de chocolate. Desde que estaba en la fortaleza no había dejado de ser mimada, probablemente por orden de Ryu. Sonrió ante ese pensamiento. Él no paraba de cuidarla.
Le sorprendía esa otra cara: la de un ser amable y bondadoso, capaz incluso de enfrentar a su especie para defender a los humanos, aunque fingiera un mo