El parque de diversiones se extendía ante ellos como un mundo completamente distinto. Las luces de colores, los gritos emocionados de los niños y adolescentes, la música que salía desde distintos rincones, y el dulce aroma a algodón de azúcar y palomitas de maíz creaban una atmósfera imposible de ignorar.
Emma sujetó la mano de Leonard con fuerza.
—Hoy… solo por hoy, quiero que no pensemos en nada más, ¿sí?
Él la miró con ternura, aunque sus ojos seguían recorriendo el lugar con cierta mezcla de asombro e incredulidad.
—¿Qué es este lugar? —preguntó finalmente—. Es como una feria, pero… mil veces más caótica.
Emma soltó una risita.
—Bienvenido al siglo XXI. Esto es un parque de diversiones, Leonard. Aquí la gente viene a gritar, reír, comer cosas que no necesita y olvidar por un momento que el mundo real existe.
Caminaron tomados de la mano por los senderos del parque. Leonard se detuvo frente a una máquina brillante que daba vueltas con caballos coloridos y música de fondo.
—¿Esto ta