¿Por qué Marco D’Amico aparecía ahora como mi protector?
La pregunta se repetía una y otra vez en mi cabeza, como una gota cayendo sobre piedra. Insoportable. Incómoda. Insistente. ¿Qué papel jugaba realmente en esta historia? ¿Por qué, después de lo que había presenciado, de lo que había sufrido, él entraba como una sombra serena a salvarme, como si le importara? ¡Era el mismo hombre al que mi padre pretendía entregarme como moneda de cambio! No podía entender qué era lo que estaba pasando
Intentaba pensar con claridad, pero el dolor en la cabeza me enturbiaba los pensamientos. Aquel golpe seco contra la pared, sumado a las patadas y puñetazos de esos animales que me rodearon como una jauría hambrienta, no colaboraba en absoluto. Cada vez que respiraba hondo, sentía una punzada aguda debajo de las costillas. El cuerpo entero era un campo de batalla. Pero yo seguía de pie. Doblada, herida, pero erguida.
En algún momento —después de la intervención de Marco y del disparo que aún resona