Al principio no me afectó. De verdad. Entendía que Gabriele tenía obligaciones, responsabilidades que lo sobrepasaban y que no siempre podía controlar. No era ingenua. Sabía que dirigir el negocio de su familia no era algo sencillo, y menos aún con todo lo que había pasado los últimos meses. Pero cuando las ausencias comenzaron a repetirse, a alargarse, a volverse costumbre… entonces ya no pude fingir que todo estaba bien.
Comenzó como algo esporádico. Una reunión imprevista, una visita a Nápoles que no podía posponer, una noche en Florencia para cerrar un acuerdo importante. Me avisaba por mensaje, a veces me llamaba antes de irse, y otras simplemente me dejaba una nota en la cocina. Yo me convencía de que era algo temporal, de que pronto las cosas volverían a la normalidad, a nuestra nueva rutina que tanto amaba: cocinar para él, cenar juntos, hablar del día. Esos pequeños rituales que habíamos creado sin darnos cuenta.
Pero poco a poco, nuestros horarios dejaron de coincidir. Yo ll