Me desperté de golpe, con la sensación de haber dormido profundamente por primera vez en semanas. Mis párpados tardaron unos segundos en abrirse, todavía pesados por el cansancio acumulado, por la adrenalina del día anterior, y por… todo lo que había pasado con Gabriele.
El calor de las sábanas seguía envolviéndome, pero el espacio a mi lado estaba frío.
Él no estaba.
Me incorporé de golpe, con el corazón agitado, buscando con la mirada en la habitación vacía. Por un instante me asaltó el miedo, ese mismo miedo que había vivido durante la persecución, la huida, el refugio. ¿Y si le había pasado algo? ¿Y si había salido sin avisarme? ¿Y si simplemente se había ido?
Me regañé por la paranoia. Estaba viva, en una cama amplia y mullida, con el cuerpo cubierto de caricias que aún ardían en mi piel. Todo estaba en calma. Solo era la ansiedad de no verlo. Me llevé una mano al pecho y solté el aire lentamente, intentando calmarme.
Fue entonces cuando noté algo a los pies de la cama. Una bols