No sé en qué momento dejé de pensar con claridad. Tal vez fue cuando sus labios atraparon los míos con esa mezcla de ansiedad contenida y ternura devastadora. O quizás cuando sus brazos fuertes me alzaron con una facilidad que me hizo sentir ligera, como si no solo me levantara del suelo, sino también de todo lo que me ataba a mis miedos. Su beso… su beso era fuego líquido, una necesidad tan urgente que me encendió hasta la última fibra del cuerpo.
Me apreté a él sin pensar, mis brazos rodeando su cuello mientras sus manos firmes me sostenían por la cintura. Sentí cómo giraba con decisión y, con un movimiento ágil, empujó la puerta con el pie hasta cerrarla. El pequeño clic de la cerradura fue como un sello silencioso de lo que estaba por ocurrir, y de lo que ya no tenía vuelta atrás.
La calidez de su boca me envolvía, y respondí al beso con una entrega que jamás pensé qué sería capaz de dar. Mis dedos se aferraron a su cabello, sentía su respiración entrecortada tan cerca de la mía,