Jamás pensé que un simple vestido pudiera hacerme temblar tanto las rodillas.
Me miré por última vez en el espejo del pasillo, sintiendo cómo el encaje azul se ceñía a mi cuerpo como una segunda piel. Era elegante, sofisticado… casi demasiado para mí. Había sido una elección impulsiva durante la visita a la tienda, justo antes de que todo se desmoronara. Pero ahora, ahí estaba, caminando por los pasillos silenciosos de la mansión De Luca, del brazo de Teresa, porque sentía que me iba a caer y como si no me sintiera fuera de lugar. Como si tuviera derecho a estar ahí.
Los tacones resonaban contra el mármol, cada paso una pequeña victoria contra mis inseguridades. El azul profundo del vestido resaltaba el tono claro de mis ojos, y mi cabello, suelto, caía sobre mis hombros como si lo hubiese hecho a propósito. Pero no era vanidad lo que sentía. Era otra cosa… algo más cercano al miedo.
Cuando doblé la esquina hacia el comedor, los vi. Estaban ahí, los dos. Sentados como en una escena de