La casa estaba en silencio cuando crucé el umbral, pero la tensión ya vibraba en el ambiente. Apenas estacioné el auto, Ludovica salió sin mirarme, con ese andar orgulloso y desafiante que tenía cuando estaba furiosa. Sus tacones resonaban en el mármol del vestíbulo, y su vestido ajustado se movía como una provocación estudiada que me atormentaba. No dijo una palabra. Solo la vi correr escaleras arriba, en dirección a la habitación de Ludovica.
Le pedí a Teresa que llevara todas las compras a su habitación y me adentré a la casa.
Ludovica… claro. Fue hacia ella como una niña herida, buscando consuelo en su madre. O tal vez no, tal vez solo quería alejarse de mí lo más rápido posible. La rabia me trepó por el pecho. No por la bofetada. No por la escena en Gucci. No por Eva y su veneno, no. Era esa maldita mirada que me había lanzado Ludovica antes de irse, ese fuego contenido, esa furia que me gritaba que la había herido… y que, a pesar de todo, me deseaba. Y yo a ella.
Me fui al despa