El primer sentido que recuperé fue el olfato. Un aroma tenue y dulce… ¿Jazmín? No, algo más denso, más artificial. Luego vino la presión en la cabeza, como si me hubieran envuelto el cráneo en una cinta apretada. Intenté moverme y sentí el cuerpo entumecido, pesado, como si no me perteneciera.
Parpadeé una y dos veces. La luz era suave, dorada, filtrándose por una cortina gruesa que parecía abrazar las ventanas. Alcé la cabeza con dificultad, sintiendo el vértigo golpearme con fuerza, pero logré incorporarme apenas. El colchón bajo mi cuerpo era mullido, exageradamente cómodo. Las sábanas olían a lavanda. A limpieza. Todo demasiado… perfecto.
Fue entonces cuando mis ojos empezaron a enfocarse.
La habitación era hermosa. Decorada con elegancia antigua, muebles de madera noble, cortinas pesadas, una alfombra persa en tonos azules y crema. Había flores frescas en un jarrón junto a la ventana. Un tocador antiguo con cepillos de marfil. Y frente a la cama…
Una cuna.
Una cuna perfecta, blan