El anuncio de Fyodor me tomó por sorpresa.
—Nos vamos esta noche. Salvatore vendrá con nosotros —dijo con su tono habitual, sin dramatismos ni explicaciones innecesarias—. Prefiero que estés con alguien que conoces, Ludovica. Eso me dará más libertad de moverme sin preocuparme por ti.
Me quedé mirándolo unos segundos, tratando de entender si esa decisión venía de algún tipo de estrategia fría o si en el fondo había algo parecido a empatía detrás. No lo sabía. No podía asegurarlo. Pero el hecho de que pensara en mi seguridad, en mi estabilidad emocional, me desarmó un poco.
—Gracias —susurré, bajando la mirada, aún sentada junto a Salvatore—. De verdad.
No respondió. Solo asintió y comenzó a dar órdenes.
Preparar el traslado fue más complicado de lo que esperaba. Salvatore estaba mejor, sí, pero su cuerpo aún evidenciaba el castigo de esos días. Tenía moretones que asomaban bajo el cuello de la camisa, y aunque intentaba moverse con su gracia habitual, sus gestos eran lentos, medidos.