El día de la gala llegó más rápido de lo que imaginé. Amanecí temprano, como si el cuerpo supiera que esta jornada no sería una más. No pude volver a dormirme. Me quedé un largo rato en la cama, mirando el techo, escuchando el silencio de la casa. Un silencio tenso, contenido, como si todo el entorno también estuviera aguantando la respiración.
Gabriele no salió ese día. Prefirió trabajar desde el despacho, aunque desde que se levantó, estuvo ocupado con llamadas, reuniones por videoconferencia y mensajes que no dejaban de llegar a su celular. Se lo notaba enfocado, metido en su papel de jefe y de líder, de De Luca. Yo, en cambio, me sentía una sombra dando vueltas por la casa.
Me habían dicho que los estilistas llegarían después del almuerzo. Un equipo completo: maquilladora, peinadora, alguien que se encargaría de mis uñas, del vestido, de todo. Pero esa idea, que para muchas sonaría a lujo, para mí solo era otra fuente de ansiedad. Yo no estaba acostumbrada a que tantas personas me