Luego del trabajo, Vida salió con Milah. Caminaban por la acera iluminada todavía por los últimos destellos del sol, que se rendía poco a poco ante el ocaso. La brisa traía consigo el olor a gasolina y frituras, típico de la ciudad a esa hora. Vida tenía antojo de algo rápido y grasoso, y arrastró a su amiga en busca de un puesto de comida. Pero en realidad, más que hambre, lo que tenía eran preguntas. Y no pensaba guardárselas.
—¿Qué hacen el veinte de noviembre? —preguntó de pronto, mirando a Milah con seriedad.
La omega llevaba una botella de agua y, al escuchar aquello, casi se atragantó. Tosió fuerte, deteniéndose en seco, obligada a escupir antes de poder recuperar el aire.
—¿Quién te dijo sobre el veinte de noviembre? —logró preguntar, con el corazón desbocado.
—Nadie. —Vida la miró con suspicacia—. Solo vi que removiste toda la agenda. Cuando le reclamé a Kaelion, me dijo que no me preocupara, que lo haces todos los años. Revisé el calendario y el lunes cae veinte. Es fácil de