Sabía que ella había tenido sexo con aquel humano débil y miserable, un parásito que apenas servía para arrastrarse por la vida. No entendía cómo Vida había podido rebajarse a compartir su piel con alguien tan carente de fuerza, de carácter, de todo lo que un verdadero hombre debería tener. Silas no era más que un refugio barato, un remiendo para su soledad, una sombra que nunca podría llenarla ni sostenerla. Y, aun así, la idea de esos labios recorriéndola, de esas manos temblorosas tocándola, le quemaba por dentro como un veneno.
Vida lo observaba con los ojos entrecerrados, suspicaz, pues él no le quitaba la mirada de encima.
—¿Qué me miras? —preguntó.
—Hueles a Silas —susurró. Ella alcanzó a escucharlo y, lejos de molestarse, sonrió ampliamente.
—Estás tan celoso que te sabes el nombre de él y no se te olvida —se burló.
El alfa soltó un gruñido, pero siguió con lo que hacía. Ese día tenía mucho trabajo en la fábrica, debía bajar al área industrial, por lo que dejaron el tema pers