Probar antes de caer

Vida despertó minutos antes de que la alarma sonara. No se permitió el lujo de quedarse mirando el techo; se incorporó con la misma determinación con la que tomaba decisiones que luego le pesaban. Se vistió deprisa, recogió el cabello húmedo en una coleta alta y salió del departamento en silencio, procurando no cruzarse con Silas. El caos de su compañero era una forma extraña de orden: comía cuando se acordaba, dormía cuando su cuerpo lo obligaba y aparecía en los momentos menos oportunos. Aun así, esa forma de vivir le resultaba peligrosa, como si hubiera un abismo disfrazado de calma en él.

En el trayecto al trabajo, se prometió no pensar. No pensar en el jefe. No pensar en el sofá. No pensar en lo que había sentido con un hombre mientras imaginaba a otro. Pero el cerebro se le iba a los bordes del deseo como si fueran barandas calientes. Fantaseaba con Kaelion, con su voz grave, pidiéndole cosas que jamás debía concederle, y a la vez recordaba el gemido breve que se le escapó a Silas cuando ella lo tomó por sorpresa. Cerró los ojos un instante. “Basta”, se ordenó, pero su cuerpo no le obedecía.

La oficina la recibió con el aroma penetrante a café. Se sirvió uno doble, lo bebió con hambre, y cuando el escozor del espresso le raspó la garganta, notó que las manos le vibraban de ansiedad. Sería un día cargado: supervisión de producción, revisión de empaques y una junta importante donde presentarían un nuevo modelo de juguete. En esa empresa, el sexo era el centro de todo—literal y metafóricamente—y ella, ovulando y sin defensas, caminaba sobre un campo minado.

Entró en el baño privado de la presidencia, un espacio que casi nunca se atrevía a usar. El silencio allí tenía un peso caro, como si solo lo merecieran los que mandaban. Se apoyó en el lavabo, respiró hondo, se mojó la nuca. El malestar en el estómago la obligó a sentarse en el retrete. Cuando salió, lo encontró de pie, y frente a la puerta del baño, provocando un choque entre ambos cuerpos.

—¿Todo bien? —preguntó Kaelion. No invadía, pero llenaba todo el espacio con su perfume, fragancia que la embriagaba.

—Diarrea —soltó, y en el mismo instante quiso tragarse la palabra—. El café. Cuando tomo demasiado… ya sabe. —Se mordió la lengua, avergonzada.

Él arqueó una ceja, divertido, incrédulo.

—Puedes irte a casa, o si quieres, nos vamos a la mía, yo te puedo curar —le susurro en el oído, dándole un escalofrío que recorrió todo su cuerpo, sensaciones que se acumularon en su clítoris.

—No —respondió, sonriendo de lado, para ocultar todo lo que él le provocaba—. No me tumba ni eso.

Los ojos de él destellaron con una chispa oscura, como si su paciencia estuviera hecha de cristal. No dijo nada más. La dejó pasar. Vida volvió a su escritorio con una sonrisa forzada, obligándose a sumergirse en correos y pendientes, como quien se aferra a un clavo ardiendo.

Un par de horas después, bajaron juntos hacia la fábrica. El ascensor se cerró sobre ellos como una caja de latido lento. Vida podía sentir el calor de Kaelion, a medio metro. Bastaba un movimiento mínimo para rozarlo, pero se prohibió hacerlo. A mitad del silencio, él habló sin mirarla:

—Te pedí el informe del lote 17-B. Lo quiero antes del mediodía.

—Ya va en camino a su correo —contestó ella, con la voz tan firme que dolía mantenerla estable.

Las puertas se abrieron. Y ahí estaba Nyxara, ocupando espacio como si el mundo le perteneciera. Se colgó del brazo de Kaelion, con una sonrisa llena de colmillos.

—Llegan justito cuando me aburría —canturreó—. ¿Listos para ver cajas y más cajas de placer?

Vida se apartó un paso, dándoles una privacidad que no sentía. Vio el gesto firme con el que Kaelion, se deshizo del brazo de la loba. No fue brusco. Fue claro. Nyxara, lo miró con chispa de reto.

—Hacen linda pareja —susurró, como quien lanza una daga envuelta en terciopelo, quería incomodar a su amigo y lo había logrado.

El gruñido bajo de Kaelion, fue casi imperceptible, pero Vida lo sintió en el pecho como un latido falso.

En la sección de empaques, Nyxara tomó una vulva de silicona como si fuera un abanico.

—Mira, Kaelion, te hace falta una. A ver si dejas de ser tan promiscuo —Vida, dirigió la mirada al lobo, pensando en que la podía tomar a ella, pero claro, lo pensó, se rebajó internamente y aparto la mirada.

Él apenas respiró.

—Si yo necesito una de esas, tú necesitas todos los juguetes de este pasillo.

—Yo al menos me quedo una semana con el mismo —rió la loba, girándose hacia Vida—. Y tú, humana, ¿cuántos te follas al día?

Vida parpadeó. Podía fingir pudor. Eligió otra cosa.

—No tantos como quisiera. Hace poco me aproveché de un chico. Estoy ovulando. Prefiero resolver sola, la mayoría de veces, aunque sí que hace falta que te tomen y te empotren contra la pared —dijo aquello, refiriéndose a la ocasión en la que miro a su jefe con aquella hermosa mujer en la oficina.

El silencio posterior fue un filo caliente. Kaelion tragó saliva. La idea de ella, sola, buscándose el ritmo, le recorrió la espalda con una violencia que casi lo quebraba, y peor aún, imaginarse dándole duro contra una pared, lo volvía loco.

—Entonces que, que tu jefe te regale uno —dictó Nyxara—. Necesitas a una secretaria feliz.

Nyxara era la reina de las incomodidades; llevaba la corona con descaro. Tenía un talento natural para clavar frases como alfileres en la piel de Kaelion, sabiendo exactamente dónde dolía. Lo provocaba con la humana como si jugara con fuego, empujando los límites con sonrisas de loba y comentarios con doble sentido.

Vida tomó un modelo de doble estimulación. Lo encendió en la mano. El zumbido le subió por la muñeca como una promesa. Miró a Kaelion sin querer.

—Con esto seré feliz.

—Jamás será mejor que una polla —dijo él—. Al menos, no que la mía.

El comentario quedó flotando, insolente, gravitando entre respiraciones contenidas. Vida sostuvo la mirada.

—Habría que ver, tendría que probar y corroborar.

Nyxara soltó una carcajada. Kaelion no se movió. Por un segundo imaginó acorralarla contra las cajas, obligarla a ceder con el cuerpo, lo que negaba con palabras. Se prohibió a sí mismo esa escena, y respiró hondo, como quien se contiene a un milímetro de romperse.

La junta llegó como un balde de agua helada. Sala de vidrio, mesa larga, ingenieros con tablets. Presentaron el nuevo prototipo: elegante, ergonómico, discreto. El hada joven que lo exponía, tenía manos limpias y ojos claros. Vida lo escuchó con atención quirúrgica, cada dato era una sensación posible.

—Si no les molesta, puedo probarlo —dijo ella con calma—. Conozco los formularios —aquello que la humana había dicho, atrajo la mirada traviesa del ingeniero y del alfa real.

El hada le sonrió, abierto, con esa cortesía impecable que ocultaba un filo distinto.

—Sería un honor que alguien tan cercana a presidencia lo evaluara. Si necesita ayuda, estoy disponible.

La palabra ayuda sonó inocente en la mesa, pero cargada de un doble sentido que él deslizó como quien deja una marca invisible. Porque frente a él estaba una mujer que no pasaba desapercibida: aquella mezcla exquisita entre lo americano y lo asiático la convertía en un imán peligroso. Sus ojos rasgados parecían retar a quien los sostuviera, y sus labios carnosos —apenas humedecidos cuando sonreía— prometían más de lo que decían. No era raro que robara miradas; lo extraño era que alguien pudiera devolvérselas sin perder el aliento.

Kaelion, apretó los dedos contra la mesa. No habló. No podía. El músculo en su antebrazo se marcó como un mapa que Vida alcanzó a ver con el rabillo del ojo.

La tarde se desangró entre reportes. Al salir, el cielo estaba cargado, metálico. Vida solo quería silencio. Al llegar a casa, lo encontró en la cocina. Silas. De espaldas. Café en la mano. Sus hombros tensos.

—Llegaste tarde —dijo sin mirarla.

—Día largo —respondió ella.

Él dejó la taza y se acercó. No la tocó, pero su proximidad la encendió como fuego.

—Pareces… cargada. No sé si de estrés o de otra cosa, pero sea lo que sea, estoy seguro de que me puedes volver a utilizar para sentirte bien.

Vida lo miró con calma felina, la boca curvándose en una sonrisa lenta que no confirmaba ni negaba nada.

—Tal vez lo haga, Silas… —susurró, rozando cada palabra como si fuera piel—. O tal vez prefiera dejarte con la intriga, para que ardas solo pensando en cuándo volveré a decidirlo.

—Entonces ve y descansa —murmuró él—. Antes de que tomes decisiones de las que no puedas volver.

Vida sostuvo su mirada un segundo, y en ese breve duelo entendió que Silas intuía demasiado. Pasó junto a él, dejando tras de sí café, silencio y sospechas.

En su cuarto, sostuvo el prototipo en la mano. El peso era promesa. Podía probarlo y convertir el deseo en datos. Podía. Lo guardó. Le gustaba decidir cuándo y en ese momento quería dormir.

El teléfono vibró. Un mensaje:

“Informe del 17-B recibido. Mañana, 7:30, conmigo. Revisaremos el protocolo de pruebas. —K.”

Vida arqueó la boca en una sonrisa incrédula. “Conmigo”. Tecleó un “entendido”, lo borró. Escribió “de acuerdo”. Enviar.

Y supo, con el corazón latiéndole como un tambor de guerra, que al día siguiente probaría mucho más que un simple prototipo.

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