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Bajo la luz que guarda secretos

Vida llegó a su departamento con el cuerpo ardiendo. Había prometido controlarse, pero la tela sobre su piel la había dejado húmeda, temblando, con la mente desbordada. Intentó dirigirse a la ducha, pero al ver a su compañero en el sofá, el instinto le ganó.

Lo tomó del cuello y lo besó con violencia. Él reaccionó tarde, sorprendido, pero el deseo de ella era tan feroz que terminó por arrastrarlo.

—Vida… espera… —alcanzó a murmurar, pero ella lo calló con otro beso más profundo.

Lo montó sin delicadezas, buscando saciarse a sí misma más que darle placer. Se movió sobre él hasta arrancarse un orgasmo, y luego otro, mordiéndose los labios para no gritar. Solo cuando estuvo saciada, permitió que él acabara.

El chico la miró atónito, jadeante.

—¿Qué fue eso? —preguntó entrecortado, casi suplicante.

Ella se levantó, ajustándose la ropa, sin mirarlo.

—Nada —respondió, seca—. No significa nada.

Lo dejó tendido, confundido y con el corazón latiendo, desbocado. Él no era de sentimentalismos, pero sí, le lleno de curiosidad saber, la razón del comportamiento incoherente de aquella mujer que lo había ignorado.

Y, sin embargo, mientras se encerraba en su cuarto, Vida no pudo negar lo evidente: aquel fuego que la devoraba no lo había encendido el chico… sino el aroma y la voz del alfa real.

Se sentó en el borde de la cama, el albornoz ceñido a su cuerpo aún tibio tras la ducha. Tenía la piel húmeda y la mente más revuelta que nunca. Repasaba lo que acababa de hacer: había llegado al departamento con un deseo urgente, casi irracional, y lo había volcado sobre su compañero de piso. Lo había usado.

Ahora solo esperaba que él no confundiera aquello con algo más. Que no se enamorara. Que no quisiera repetirlo. Ella estaba convencida de que no volvería a pasar… o al menos eso se repetía, porque últimamente sus propias promesas se deshacían como humo.

¿A quién podría contarle esto? Se rio con amargura. ¿Decirle a alguien que se había follado a un hombre pensando en otro… en su jefe? Imposible. Era demasiado absurdo incluso para ella.

La soledad se hizo más grande en ese instante. No tenía amigas, y aunque siempre había estado rodeada de familia, de aliados, de compañeros que habrían muerto por ella en la mafia… ahora no quedaba nada. Esa vida había quedado atrás. Y ella se sentía sola. Peligrosamente sola.

Marcó el número de Milah. La loba omega era amable, cálida, de esas personas que transmitían confianza con apenas escuchar su voz. Vida respiró hondo y se atrevió.

—No quiero ponerme sentimental —dijo, con la voz más suave de lo habitual—, pero necesito beber algo y hablar con alguien. Aquí estoy sola… ¿te apetece?

Milah no esperaba aquella confesión, pero tampoco la dejaría sola.

—Paso por ti en diez minutos.

—Te paso mi ubicación.

—No, sé dónde vives.

Vida arqueó una ceja.

—¿Cómo sabes dónde vivo?

—De la misma manera que tú conseguiste mi número —respondió la loba antes de colgar, dejándola en silencio.

Vida, suspiró. Claro que lo sabía: ella misma había puesto todos sus datos falsos en la solicitud de empleo. Milah, en el fondo, ya debía haber notado que nada de aquello era real. Y, aun así, no lo mencionaba. Ese silencio era un pacto no escrito.

Minutos después, Milah ya estaba frente al edificio.

Vida salió de su habitación deseando no cruzarse con Silas. Pero ahí estaba: hundido en el sillón, el resplandor del televisor dibujando sombras en su rostro. Ella pensó que le diría algo… pero él solo la miró.

No fue una mirada rápida. Fue larga, silenciosa, como si evaluara cada paso suyo, como si grabara algo en su memoria. Y luego, volvió a la pantalla.

Vida tragó saliva. Había querido ese silencio, ese no-reproche. Pero algo en esa mirada la inquietó: ¿era indiferencia… o una advertencia de que él no olvidaba?, pero siguió su camino, con el corazón palpitante de forma irregular, pero le basto respirar profundo para calmar su ansiedad por aquella mirada silenciosa pero que sentenciaba.

Ya en el bar, Vida bebía despacio mientras hablaba con Milah.

—Eso no es malo —opinó la loba, tras escuchar cada detalle—. Es lo que querías: que no dijera nada.

Vida asintió, aunque la duda seguía en su interior.

—Tienes razón.

—Entonces… te gusta tu jefe —insinuó la omega con una sonrisa ladeada.

—No. —Negó con rapidez, demasiado rápida—. No sé cómo explicarte… no me gusta. No hasta que… lo vi follando en la oficina. Fue su aroma lo que me desarmó. Esa forma en que me envolvió, como si me robara la voluntad.

Y claro, si verlo con otra, de alguna forma la desmorono, le seco la garganta y la dejo sintiendo cosas que ni ella misma se podía explicar.

Milah sonrió, sabiendo más de lo que decía.

—Te entiendo. Él es promiscuo.

—Lo sé. No voy a meterme con él. Necesito este empleo, y acostarse con el jefe siempre trae problemas.

Milah, rio incrédula.

—Dices que no te vuelve loca, pero hasta llegaste a…

—No lo digas —la cortó Vida, con firmeza, clavándole la mirada—. Y no uses en mí contra lo que te cuento.

La conversación se alargó. Entre copas y confesiones, Vida sintió por primera vez en años la calidez de tener una amiga. Una aliada distinta a los de antes.

—Tuve familia, tuve aliados… pero nunca una amiga así —admitió, bajando la guardia—. Y duele más de lo que pensé.

—No te voy a fallar —prometió Milah, tomando su mano—. Voy a todas contigo.

Y Vida, que desconfiaba de todo el mundo, se permitió creerle.

Por otro lado, en el páramo de los lobos, Kaelion y Nyxara descansaban bajo la luna. La mansión del alfa real quedaba atrás, oculta entre sombras, y ellos, en sus formas animales, parecían dos figuras talladas en plata. El aire estaba quieto, como si hasta el bosque contuviera la respiración ante la cercanía de ambos.

Nyxara giró lentamente la cabeza, sus ojos brillando con un fulgor amarillo que lo examinaba todo.

—Es humana… —murmuró, aspirando con cuidado—. Pero no huele como una. Esconde algo. Algo distinto.

Kaelion no respondió de inmediato. Solo un leve temblor en la comisura de su hocico lo traicionó antes de soltar un escueto:

—Lo sé.

La loba ladeó la oreja, cazando en el silencio la fisura en su tono. Se incorporó un poco, inclinándose hacia él.

—¿Y vas a decirme qué planeas con ella? —susurró, sus colmillos brillando cuando abrió la boca apenas un instante—. La rechazaste, pero la quieres cerca.

El lobo negro endureció la mandíbula.

—No planeo hacerla mi mujer —dijo, sin mirarla—. Solo será mi secretaria. Es eficiente.

Sus palabras sonaron como piedras, pero sus ojos seguían fijos en la luna, como si buscaran en ella una respuesta imposible.

Nyxara soltó una risa corta, más amarga que burlona.

—Planeas muchas cosas, Kaelion… y casi nunca cumples la mitad.

Él arqueó apenas una sonrisa, sin apartar la vista del cielo.

—Esta vez será diferente.

La loba lo observó con atención, como quien huele sangre en la nieve. Se acercó despacio, y su pelaje rozó el de él, dejando una corriente eléctrica entre ambos. Su hocico se hundió en la curva de su cuello, en un gesto íntimo disfrazado de camaradería.

—Diferente no siempre significa mejor —susurró, con una suavidad que tenía filo.

Kaelion permaneció inmóvil, pero su respiración se alteró un segundo antes de volver a domarla. En ese silencio contenido, más denso que cualquier palabra, algo se tensó y quedó flotando entre ellos.

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