El fin de semana transcurrió con la apariencia de una vida común y corriente. Vida pasó horas frente a la pantalla, mirando películas mientras comía pizza o sopa instantánea. A veces acompañaba aquella mezcla con cerveza, y entre risas aseguraba que la sopa y la cerveza eran la combinación perfecta.
El sábado salió con Milah y Nixara. Juntas recorrieron el centro comercial, y terminaron en un bar donde la humana bebió más de la cuenta. Salió tambaleante, pero feliz, con la risa suelta y el brillo chispeante en los ojos. Silas fue quien la recibió a su regreso, observando cómo se transformaba bajo el efecto del alcohol. Le fascinaba verla en ese estado: lo que decía, cómo gesticulaba, cómo se ponía vulnerable y despreocupada.
El lunes, sin embargo, la rutina reclamó su lugar. Vida ya tenía preparada la mochila con todo lo necesario para aquel viaje de noviembre. Muy temprano, un autobús se detuvo frente al edificio para recogerla. Silas, como siempre, la despidió con un beso en la fren