Lo estaba pasando bien, el lugar era más que maravilloso, pero no podía evitar sentir esa presión en el pecho que la carcomía por dentro. Todas las mujeres allí eran demasiado bellas, y le molestaba saber que su jefe había estado con casi todas ellas. Esa idea la consumía, la hacía apretar los dientes, aunque intentara disimularlo.
La incomodidad de Vida era tan evidente que se sentía en el aire, recorriendo el amplio páramo como una corriente eléctrica. Las criaturas mágicas presentes se preguntaban la razón de que su luna estuviera así, aunque algunos ya se daban una idea.
—Y claro, ¿cómo no va a estar de esa manera? —comentó una loba a su esposo en voz baja—. Es humana y ha notado que el alfa ha tenido más mujeres que días vividos.
—Tal vez… pero mejor no opinemos. Aunque sí sabemos que ella tiene derecho a sentirse así —respondió una joven loba.
—Y más aún porque dicen que unas lobas se burlaron de ella, mencionando lo íntimo que había sido el alfa con otras —agregó un lobo con ge