La tormenta entera pareció quebrarse con ese rugido. El alfa cayó de rodillas sobre el barro, su cuerpo colosal temblando, sus garras hundidas en la tierra húmeda. Miró a su alrededor: todos los desterrados yacían muertos, aniquilados por su furia y por el poder de sus aliados. Había ganado la batalla, pero la victoria no significaba nada.
Su elegida había muerto. La omega, la única amiga que había sostenido a Vida, también. Todo lo que importaba se había perdido en un instante.
Kaelion aulló otra vez, un sonido devastador que se confundió con el rugir de la tormenta. Su pecho se sacudía con un dolor imposible, y la lluvia no alcanzaba a limpiar las lágrimas que se mezclaban con la sangre en su rostro.
De entre las sombras, Nixara se acercó lentamente. Volvía de luchar, también empapada, cubierta de barro y heridas. Se inclinó junto a él y, sin decir una palabra, apoyó una mano en su hombro. Sus ojos reflejaban dolor y compasión: había sido una victoria, sí… pero un triunfo pagado con