Todas, al llamar a sus familias, se soltaron en llanto. Milah tuvo que tragar grueso porque también sentía dolor al verlas, y no quería interferir, pero, como la omega que era, las abrazó con calma y recuperó la paciencia que había perdido.
Las familias, preocupadas, preguntaban si pasaba algo malo. Todas respondieron que estaban bien, aunque aún no habían comenzado a trabajar. Sin embargo, les prometieron que pronto lo harían. Al escuchar que sus seres queridos les contaban que la situación estaba dura, que no tenían dinero, y recordando que muchas de ellas habían dejado a sus hijos o a sus padres, comprendieron que no podían regresar a sus casas con las manos vacías.
Por un momento, Vida se sintió sin rumbo. No sabía qué hacer, se sentía atrapada en un círculo. Hacerse cargo de la mafia china no era algo que deseara; sabía que podría usar ese poder para hacer cosas buenas, pero traficar droga jamás había sido lo suyo.
—¿Qué haces? —preguntó Milah, al verla ensimismada.
—Planeando lo