El amanecer llegó pesado, como si la noche se resistiera a morir. Ariadna apenas podía mantenerse en pie; la luz que había liberado la dejó exhausta, como si cada sombra destruida se hubiera alimentado de su propia fuerza. Elian no se apartó de su lado en toda la madrugada, sentado junto a su cama, vigilando las ventanas con la cadena aún manchada de ceniza.
Cuando por fin intentó incorporarse, el libro ya estaba abierto sobre la mesa. Sus páginas, inmóviles, mostraban una única frase escrita en tinta roja:
"El primer precio ya fue cobrado."
Ariadna sintió un nudo en el estómago.
—¿Qué significa? —preguntó, mirando a Elian.
Él apretó los labios, la mirada sombría.
—Lo sabremos pronto.
No tardaron en saberlo. Los gritos comenzaron en la plaza. Ariadna y Elian corrieron hacia allá, encontrando a un grupo de vecinos reunidos alrededor del pozo. Todos hablaban al mismo tiempo, señalando con manos temblorosas.
—¡El agua! —gritó una mujer—. ¡Está ennegrecida!
Ariadna se abrió paso e