55. Mimada y consentida
Capítulo 55
La mujer de melena rubia, cuidada en rizos que caen hasta sus hombros, viste un Versace blanco que, aunque caro, luce arrugado después de las horas en el avión. Sostiene el teléfono con desesperación, marcando una y otra vez. Su voz, en cada llamada, suena cada vez más aguda. Silas no responde.
Diez llamadas perdidas más tarde, deja escapar un gemido de fastidio, patalea con rabia en medio de la acera y, con un movimiento brusco, levanta la mano para detener un taxi. El vehículo arranca entre el tráfico, llevándola a las afueras del aeropuerto, mientras ella resopla como si estuviera decidida a vengarse de la indiferencia que acaba de recibir.
Silas, por su parte, sí vio las llamadas. Están allí, alineadas en la pantalla, pero ni siquiera le dedica más de un segundo. Con calma, coloca el teléfono boca abajo sobre la mesa y lo olvida. Ha decidido que ese domingo trabajará desde casa. A primera hora pidió un desayuno suntuoso, cargado de grasa y dulzura, con la intención de