El vestido blanco yacía en el suelo como la piel mudada de una criatura que ya no existía. Me había arrastrado fuera de él, dejándolo amontonado en un rincón, una mancha fantasmal en la penumbra. La tela áspera de la manta gris contra mi piel era ahora el uniforme de mi nueva realidad: Alma Luksyc. El nombre resonaba en mi cabeza como un golpe sordo, una losa sobre la lápida de quien fui.
No hubo luna de miel. No hubo celebración. Solo el silencio, ahora cargado de un significado aún más profundo. Ya no era solo una prisionera. Era una posesión legalmente registrada. Un bien mueble. Marko había elevado mi cautiverio a un estatus contractual, y en ese acto, había profanado los últimos vestigios de mi autonomía.
Pasaron horas, o tal vez días. El tiempo había perdido toda forma, era una sustancia gelatinosa en la que me hundía. Ya no luchaba contra el hambre; la habitaba. Era un estado de ser, un vacío constante que devoraba desde dentro. La debilidad era tal que incluso levantar la cabe