El correo de Procesos llegó temprano con el asunto frío de siempre: “Preliminar de alcance – trazabilidad de accesos.” Me conecté a la reunión con Morales y el equipo, cámara apagada, voz en modo funcional. Hablaron de plazos y alcance, de “dejar constancia de lo que falte” y de un “cambio de contexto” para ampliar las búsquedas. Dije que sí. Lo necesario, sin adornos.
Al cerrar la sesión me quedé mirando la pantalla vacía. No pensé en planillas ni en logs; pensé en Tomás. En la forma en que su mano subió por mi brazo en la subbodega, sin pensarlo, cuando afuera pasaban voces. Desde entonces mi cuerpo funciona como un interruptor mal ajustado: chisporrotea y se apaga según quién cruce el pasillo.
Crucé el hospital sin inventarme metáforas… y fallé. El olor a cloro me devolvió su respiración en mi boca, el brillo del piso la disculpa corta: “perdón por la sorpresa”. Me repetí el estribillo que me cuida —no vayas sola… ni contra ti— y, por primera vez, sonó más a cuerda floja que a reg