Habían pasado seis inviernos desde aquella tarde en que Isabella fue robada del mundo que conocía. Había crecido entre sombras, entrenamientos, idiomas, y silencios estratégicos. Y aunque su cuerpo florecía como el de una mujer, dentro aún sobrevivía la niña que esperaba un rescate que jamás llegó.
Una mañana sin sol, la señora Di Lazzaro la llamó a la biblioteca. La atmósfera era tensa, cargada de incienso y poder. —Es hora —dijo la matriarca con su voz filosa—. La paz se sella con sangre, uniones y promesas... Serás la esposa de Dante. El compromiso es esta noche. Isabella se estremeció, sintió que el mundo le caía sobre los hombros. Había sospechas, murmullos… pero la confirmación fue como una bofetada sin manos. Esperaba que ese día nunca llegara, pero no fue así y nada podía hacer. No lloró. Solo alzó su cabeza y su delicado rostro sin mostrar ni una sola expresión, hizo un pequeño movimiento. Asintió. Pero por dentro, su alma se encogía. En ese instante, supo que jamás volvería a su vida. Que toda esta pesadilla continuaría para siempre. Esa noche la vistieron con un vestido largo, de seda blanca, sin escote. El cabello recogido. Ninguna joya. Pura, silenciosa, controlada. Como una pieza de porcelana. Que no necesitaba ningún adorno para brillar. Se veía bellísima, pero esa belleza se empañaba bajo la tristeza de su mirada. La ceremonia fue privada. Solo los miembros de ambas familias. El salón principal de la mansión, con candelabros antiguos, luces bajas y la sombra del retrato del abuelo Di Lazzaro observándolo todo. Dante no la miró directamente. Se veía imponente, frío, perfecto en su traje oscuro. Cuando acercó su mano para el ritual de compromiso, sus dedos rozaron los de ella por un momento. Un toque fugaz, que pareció para ella una señal de "perdón". Perdon deberían pedir las personas que están acá, por utilizarnos en su juego de ajedrez. Ambos somos peones, usados estratégicamente cómo les apetece según lo que les conviene. ~ Eso, pensó Isabella, mientras la ceremonia transcurria... Llegado el momento, en el silencioso salón se inundó con el eco de la voz de dante, al decir: —Acepto — sin titubeos, sin dudas y sin mirarla a los ojos. —Acepto —dijo ella, sintiendo que sellaba su propia jaula. Una pequeña jaula de "oro". Que pondría fin, a una rivalidad de años y a sus esperanzas de libertad. Al finalizar la ceremonia, hubo aplausos secos, un par de palabras, copas elevadas, y miradas que pesaban como cuchillas. Al final, aquello solo era el reino de las mentiras y la hipocresía. Esa noche, en la habitación que ahora le pertenecía como esposa, Isabella se quitó los zapatos lentamente. Estaba sola. El aire olía a humo y a incertidumbre. Un sobre esperaba sobre la cama. Papel grueso. Sin firma. Lo abrió con dedos temblorosos. > “No fui yo quien eligió esto. Pero te juro, Isabella, que nunca te tocaré sin tu voluntad. —D” Ella sostuvo la carta contra su pecho. Por primera vez en años… lloró. No era de miedo, ni mucho menos de rabia. Lloró, por todo lo que no entendía. Y de lo que ya empezaba a sentir.No fui yo quien eligió esto. Pero te juro que nunca te tocaré sin tu voluntad." Eso fue lo más humano que escuchó en mucho tiempo. Eran un par de palabras, que reflejaban su valor, dignidad, el respeto y consideración que le guardaba él; eso era casi un acto de bondad. Por primera vez, en mucho tiempo no se sintió como un objeto usado para beneficiar a otros. Ese gesto, le dió fuerzas para continuar...