El avión aterrizó justo antes del amanecer.
La ciudad aún dormía, pero los radares del poder nunca descansan. Isabella se bajó del jet con paso sereno, sin equipaje, sin más armas que su mirada. Matteo y Francesca quedaron atrás, como sombras que sabían cuándo retirarse.
Dante la esperaba en la pista, con las manos en los bolsillos y los ojos cargados de preguntas que no se atrevió a formular. Ella lo abrazó sin prisa, como si no hicieran falta palabras. Pero él sintió el cambio. Algo en ella había mutado.
No era más fuerte. Era más fría.
—¿Todo bien? —preguntó él, sin afán.
—Todo cerrado —fue su única respuesta.
Y caminaron juntos, como socios, como amantes, como dos líneas paralelas que aún no se tocan, pero se respetan.
En la mansión, el ambiente había cambiado. Giulia evitaba mirarla directo a los ojos, como si supiera que Isabella había cruzado una frontera de la que no se regresa igual. Las paredes, los pasillos, incluso los muebles, parecían medir su nueva presenc