Entré a la cocina por una manzana, todavía vestida con la ropa blanca que Lorenzo había aprobado ayer. Mi estómago rugía levemente, pero no era hambre, era ansiedad acumulada, un nudo que no lograba deshacer. Mientras mordía la manzana, mi teléfono comenzó a sonar como un loco. Miré la pantalla: Daniel. Fruncí el ceño, pero me di cuenta de que también tenía trece mensajes nuevos en el grupo del hospital. Suspiré, aparté la manzana por un instante y contesté la llamada.
—¿Daniel? —dije, tratando de sonar tranquila, aunque mi corazón latía con fuerza.
—¡Te casaste! —gritó él del otro lado, y el sonido de su voz me hizo dar un paso atrás—. ¡Isabella, no me mientas! ¡Te casaste con Lorenzo! ¡Está en todos lados!
—¿De qué hablas? —pregunté, confundida y un poco alarmada. Mi voz traicionaba la sorpresa.
—Isabella, no me engañes. Revisa el grupo del hospital ahora mismo. Todos están hablando de eso. —Su tono era urgente, y sentí cómo un escalofrío recorría mi espalda.
Colgué la llamada, mis