Reprogramación.
El sonido del sistema respiratorio de Kain era lo único que rompía el silencio. Un zumbido constante, metálico, casi orgánico. En la cámara blanca no existía el tiempo; solo el pulso irregular de las luces y el eco lejano de las órdenes que nunca se apagaban.
“Módulo de obediencia: restaurado. Nivel de interferencia: 2%.”
El sistema mentía.
Kain podía sentirlo. Algo en su interior se resistía, una vibración que no pertenecía a las máquinas ni a los algoritmos. Había una grieta en el control, un espacio diminuto por donde el recuerdo de su propio nombre se filtraba como un suspiro.
Cayden.
El pensamiento lo atravesó como un cuchillo. Lo reconocía, aunque el programa lo negaba. Cada vez que parpadeaba, la imagen de aquel rostro en la pantalla —el joven que había sido— regresaba como una sombra grabada bajo su piel.
Los pasos de la doctora Elara resonaron detrás del vidrio. Había vuelto.
—Ha pasado la calibración inicial —dijo ella, sin levantar la vista de la consola—. Aunque el Consejo