Leo.
La lluvia tenía la virtud de borrar los contornos. Bajo la cortina gris del aguacero, todo parecía más cercano de lo que era: las sombras se pegaban a las paredes, los sonidos se alargaban como hilos. Damian puso el sobre sobre las rodillas de Isela y señaló una de las hojas con la punta de la uña, hablando despacio para que las palabras no se rompieran.
—Mira aquí —dijo—. No son sólo símbolos. Son anclas. Cada uno te devuelve una sensación, una imagen suelta de algo que viviste y que te arrancaron. Si los unes en el orden correcto, reconstruyen el recuerdo.
Isela inclinó la cabeza. Las líneas parecían moverse si parpadeaba. Vio, entre el trazo de tinta y el goteo de la lluvia, una casa con una ventana pequeña; la mañana después de una pelea; la textura de la lana de una manta. Todo borroso, pero con un calor que la hizo tragar saliva.
—Puedo sentirlo —murmuró—. Es como si algo intentara salir.
Livia no apartaba la mirada de Damian. El cuchillo había quedado apoyado contra el muslo, l