Lealtades.
Selena permaneció inmóvil en el balcón mientras las siluetas de Isela y Livia se desvanecían en la oscuridad del callejón. El viento frío le azotaba la cara, enredando su cabello en mechones desordenados. Pero no lo sentía. Por dentro ardía.
No porque ellas hubieran escapado, sabía que volverían a aparecer, sino porque el plan se estaba rompiendo en los lugares más delicados, justo donde más importaba. Todo ese tejido de mentiras y silencios que había construido durante meses se deshacía hilo por hilo.
Tras ella, la puerta del apartamento se abrió con un golpe seco. El hombre caminó hacia ella, respirando fuerte, cargado de esa mezcla de pólvora y frío que traían siempre sus operativos. Cerró la ventana de un portazo. Las fotos tiradas en el suelo vibraron con el impacto. Se quitó la capucha con un gesto violento.
Su rostro quedó expuesto bajo la luz tenue: un hombre de unos cuarenta y tantos, piel curtida, ojos grises como metal bruñido. Tenía cicatrices finas en la mejilla y en el c