La Carretera.

El amanecer no llegó de golpe. Se arrastró. Primero un gris sucio, después un tenue brillo en el horizonte, como si el sol dudara en salir, como si también temiera lo que Cayden e Isela habían hecho.

Detrás de ellos, el complejo del Consejo permanecía inmóvil, silencioso. Una masa de concreto, metal y cámaras hundida entre colinas áridas. No había alarmas, no había drones persiguiéndolos, no había agentes vestidos de negro irrumpiendo por detrás.

Y aun así, ninguno de los dos se permitió mirar atrás durante casi una hora completa.

El viento soplaba frío, seco, cargado de polvo fino que se metía en la garganta como si quisiera ahogarlos desde adentro. Isela llevaba el cuello de la camisa cubriéndole la boca, pero cada respiración dolía. Su paso era torpe, no por falta de resistencia, sino por lo que su mente le repetía sin descanso: No mires, no vuelvas, no pienses en lo que dejaste atrás.

Cayden caminaba unos pasos por delante. Cada movimiento era demasiado perfecto para ser humano. U
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