Extorsiones.
Leo siempre odiaba las salas sin ventanas. Le recordaban las noches interminables en el internado del Consejo, cuando era apenas un niño al que habían arrancado de su familia para convertirlo en algo útil. La sala de reuniones no era diferente: paredes grises, sin adornos, la luz blanca cayendo sobre la mesa como una interrogación constante.
Frente a él, el cuaderno abierto sobre un atril metálico. Sus páginas estaban incompletas, algunas arrancadas con furia. En las esquinas quedaban rastros de tinta como heridas. Los símbolos dibujados aún vibraban, casi imperceptiblemente, como si respiraran. Leo pasó los dedos por una de las páginas, pero sin tocar la tinta. Sabía que era peligroso hacerlo sin preparación.
—Es inútil sin las páginas faltantes —murmuró.
Del otro lado de la sala, una mujer de traje negro, una enviada directa del Consejo,cruzó los brazos. Su voz era fría, cortante.
—Las respuestas las tiene Isela. Y cada minuto que pasa se vuelve más inestables. El Consejo no va a es